viernes, 8 de mayo de 2009

lunes, 1 de octubre de 2007

EULALIO

Con la mirada fija entre los barrotes de aquella oscura celda, Eulalio Martínez de treinta y ocho años de edad, está por pasar su primera noche en prisión…


Nació en un pequeño poblado cerca de la ciudad de México, ahí vivió durante catorce años de su vida hasta que se fue a la ciudad en busca de trabajo.
Había sido una persona fuerte, de carácter firme, orgulloso, no era sensible y pese a todo jamás se doblegaba, tal vez ese era el único lado que mostraba a la sociedad; sin embargo de un momento a otro las cosas comenzaron a cambiar.

Seis años después de haber llegado a la ciudad entró a trabajar como conserje en una oficina de contabilidad, ingresó como trabajador temporal, pero ya llevaba ahí más de diecisiete años.

Todos los días se despertaba a las seis de la mañana, se bañaba, se ponía el mismo uniforme que había usado durante años, desayunaba siempre igual: café y pan, y la mayoría de las veces al terminar de comer aventaba unas cuantas migajas hacia la ventana, esperando que alguna paloma pudiera alimentarse de ellas.
No estaba casado, ni tenía hijos, esa idea hace mucho que se le había desvanecido de la mente y estaba convencido de que no tenía absolutamente nada que ofrecer; vivía en su pequeño departamento de una recamara y su única compañía era un perro callejero lleno de pulgas, color negro y con el pecho blanco que sólo iba a visitarlo cuando tenía hambre.

Sin embargo, una mañana al llegar a su trabajo y checar su tarjeta, se quedó mirando fijamente aquel aparato, ese reloj que marcaba frente a él todas las horas de su vida que había dedicado a una labor que aborrecía.
Su vida había transcurrido tan rápido como para percatarse de que la rutina lo estaba agobiando; se dio cuenta de que nunca tuvo sueños ni ilusiones y que había llegado a tal punto en que ya no sabía a donde ir, ya no avanzaba, sólo retrocedía.

Empezó a tener pesadillas, se despertaba en las noches, padecía insomnio y en el trabajo le costaba mantenerse despierto, cuando estaba solo escuchaba voces, tenía visiones, veía pequeños astros de luz entre las personas, pero a veces esos astros se transformaban en temibles alebrijes, que le carcomían las ideas; estaba arto de todo, el trabajo, la rutina, las palomas, el pan, la vida…
Sentía rencor hacia cualquier cosa, despreciaba a sus compañeros, a su jefe, su uniforme, se sentía solo, aislado y tenía una desesperación tan grande que quería arrancarse la vida, desaparecer.
Comenzó a cortarse, ya no pudo más, un día en su trabajo vio una navaja, la levantó y fue al baño, puso seguro a la puerta; se miró en el espejo, tenía la misma mirada triste y profunda de cuando se marchó de su pueblo.
Aquella tristeza se transformó en odio, sintió dentro de su ser aquel golpe de tantos años en el silencio.
Tomó la navaja, se cortó en el brazo, Eulalio sintió satisfacción, una pequeña gota de felicidad interna, sin embargo su mirada seguía proyectando melancolía.
El rencor lo fue consumiendo, observaba detalladamente a todas las personas que solicitaban su trabajo, los miraba detalladamente, veía sus lujos, su felicidad, los comenzó a odiar.
Detestaba a su jefe, aquel ser que se creía superior a él, aquella bestia sin escrúpulos como él solía llamarlo.
Los días pasaron y Eulalio regresaba a su casa apresurado, feliz, con la adrenalina al tope y las ganas de idear un plan para acabar con todo. Llegaba corriendo, subía las escaleras y se encerraba bajo llave, ponía una silla para cubrir la entrada, cerraba las cortinas y alejaba a las palomas por miedo a que pudieran escuchar.
Permanecía ahí por horas, luego fueron días, en el trabajo tuvo que inventar alguna excusa, a su jefe no le pareció y le advirtió que ya no podría faltar, esto sólo lo hizo sentirse más furioso de lo que ya estaba.

Entonces llegó el día. Con toda su experiencia y años trabajando en aquel lugar, había ideado la forma de incendiarlo de tal manera que todos quedaran atrapados en aquel frenesí de fuego.
Había escogido la hora y el día perfecto, en el momento en que todos los empleados de oficina estuvieran reunidos en un cubículo del segundo piso y cantándole las mañanitas a algún festejado.
Colocó estratégicamente unos contenedores de gasolina, ocultándolos dentro de botes de basura, entonces arrojó un cerillo y observó desde afuera como al principio todo transcurría normal y tranquilamente, hasta que se oyó un estallido, entonces sintió el cosquilleo de la euforia recorriendo su cuerpo; y todo se fue consumiendo de una manera veloz, el calor se extendía cubriendo cada rincón y haciendo añicos cada objeto y cuerpo presente.
Sin embargo, Eulalio no huyó, prefirió en cambio quedarse ahí contemplando su obra final y pensó que tantas noches en vela por fin habían dado frutos.

La policía y bomberos tardarían unos minutos en llegar, arrestar a Eulalio y juzgarlo por el delito de incendio, posteriormente se le aplicarían una serie de exámenes psicológicos y se descubriría que fue presa de una enfermedad que lentamente lo fue derrumbando.

viernes, 2 de marzo de 2007

BieN-Venida


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